martes, 2 de julio de 2013

La seguridad en Aeroparque es una “bomba de tiempo”, dice una revista

El 27 de marzo pasado, un Embraer 190 de Austral se disponía a partir desde Aeroparque con rumbo a Jujuy, pero una alarma de humo obligó a que el comandante abortara el despegue y el avión terminal frenando sobre el final de la pista, a pocos metros de los autos y camiones que pasaban sobre la avenida Rafael Obligado. La seguridad del Aeroparque, del que parten unos 350 vuelos diarios, es un “delirio total”, asegura el piloto y cineasta Enrique Piñeyro, que fue comandante de LAPA y dirigió dos películas sobre la industria aeronáutica, Whisky Romeo Zulu (2004) y Fuerza Aérea Sociedad Anónima (2006).
Mientras que las dos pistas de Ezeiza miden 3.100 y 3.300 metros, Aeroparque tiene sólo una, de 2.100 metros, lo que hace que los aviones Boeing 737 de Aerolíneas Argentinas y la brasileña Gol operen al límite de las medidas de seguridad permitidas. Para despegar, deben cargar menos pasajeros o combustible, pero para los vuelos a Ushuaia necesitan el tanque lleno.
“Aeroparque es media pista en el medio de dos avenidas”, dice Facundo Luján, un especialista en la industria aerocomercial que trabaja en la Universidad de San Francisco. Un controlador dice por su parte que la pista no es reglamentaria, porque debería tener 45 metros de ancho por los aviones que ahí operan. Y agrega: “Tampoco hay un radar de aproximación homologado; si lo tuviéramos, podríamos separar a los aviones que están por aterrizar por millas y no por tiempo, como tenemos que hacerlo en la actualidad”.
En tanto, Piñeyro dice que la trayectoria de aproximación es muy poco recomendable. “Está rodeado de edificios y de carteles que producen turbulencia a baja altitud cuando los aviones despegan o están aterrizando”, explica. Y apunta que, además de que el sistema de aterrizaje por instrumentos sólo permite ingresar por la cabecera norte, tampoco cuenta un dispositivo llamado EMAS (Engineered Materials Arresting System), un sistema de frenado al fondo de la pista que detiene al avión en caso de despiste, conformado por bloques de hormigón granular que se deforman para absorber esa energía en movimiento.
Un informe de la Auditoría General de la Nación habla de interferencias en las comunicaciones, algo que ratifica un controlador, quien confirma que hay muchas radios ilegales que se mezclan con las frecuencias del Aeroparque.
Aeroparque depende del consorcio Aeropuertos Argentina 2000, propiedad del empresario Eduardo Eurnekian, que tiene contrato con el Estado nacional y cuyo presidente es el ex canciller Rafael Bielsa. En el nivel estatal, el control corresponde al secretario de Transporte, Alejandro Ramos, y al titular del Organismo Regulador del Sistema Nacional de Aeropuertos (ORSNA), cuyo titular es Gustavo Andrés Lipovich. “Ninguno de los tres accedió a hablar con Rolling Stone sobre la seguridad del aeropuerto ni sobre posibles planes para aliviar la sobrecarga”, dice la nota.
Para Jorge Pérez Tamayo, ex titular de la Asociación de Pilotos de Líneas Aéreas, “la falta de un aeropuerto con al menos dos pistas paralelas es uno de los mayores problemas y al mismo tiempo debería ser la principal inversión futura”. El especialista Luján cree, en cambio, que la solución sería reducir la cantidad de vuelos en Aeroparque, derivándolos hacia otras terminales aéreas. “Habría que mudar tal vez la mitad del tráfico actual a Ezeiza”, evalúa. “Haría como en el aeropuerto de Londres: que volar en Aeroparque sea más caro para los pasajeros y de esa manera vean con más afecto la posibilidad de viajar desde Ezeiza.”
La nota repasa luego qué soluciones se han propuesto para el Aeroparque. Habla así del que presentó en 1996 Álvaro Alsogaray, dirigente de la UCeDé, que consistía en construir una isla artificial sobre el Río de la Plata, que demandaría una inversión de 1.600 millones de dólares, con dos pistas paralelas de 3.500 metros y una conexión hasta la Costanera. “Era un plan ambicioso y modernizador que pretendía mejorar la capacidad aeroportuaria del país, que ya registraba un principio de saturación”, dice Rolling Stone.
El por entonces vicejefe de Gobierno porteño, Enrique Olivera, dijo que la administración de Fernando de la Rúa no aceptaría “un proyecto que no sea debatido con los vecinos de Buenos Aires”. “Era el segundo año del último mandato de Carlos Menem y todo olía a corrupción. No ayudaba el hecho de que fuera una iniciativa multimillonaria impulsada por un viejo referente de la derecha. En las mediciones, el proyecto resultó negativo y quedó sepultado por varios años”, añade la publicación, que asegura que un proyecto similar impulsado por Hong Kong resultó un éxito “rotundo”.
Tras el accidente de LAPA, se conformó una comisión integrada por el ORSNA, la Secretaría de Transporte de la Nación, la Fuerza Aérea y el Gobierno porteño, que produjo un informe donde se recomendaba mudar Aeroparque y hacer un relleno en el terreno costero, y puntualizaba que era un aeropuerto seguro sólo para aviones chicos y necesariamente debía tener menos tráfico.
En agosto de 2010, el gobierno nacional anunciaba las obras más importantes en medio siglo en Aeroparque, que incluía entre otras cosas ampliar el ancho de la pista. Pero en noviembre del mismo año la empresa concesionaria confirmó que las obras para mejorar la calidad de la pista y sobre todo la seguridad de los vuelos no se iban a realizar por falta de los plazos necesarios. Al día de hoy, no hay fecha nueva fijada para la realización de esas obras.
La revista alude luego al accidente ocurrido en julio de 2007 en el aeropuerto de Congonhas, donde murieron 199 personas. Ello hizo que se decidiera la ampliación de sus dos pistas y que se redujera el tráfico aéreo.
“Mientras que el plan de reducción de tráfico en Aeroparque Jorge Newbery debería haber dejado operando sólo a los aviones chicos o de bajo porte e ir derivando a Ezeiza los vuelos domésticos que exigen que los aviones despeguen con tanques llenos —como a Ushuaia, por ejemplo—, se hizo exactamente lo contrario. De hecho, el 14 de marzo de 2010, Juan Pablo Schiavi (que estaba en funciones como secretario de Transporte cuando se produjo el accidente del ferrocarril Sarmiento del 22 de febrero de 2012, en el que murieron 51 pasajeros) firmó la resolución que autorizaba vuelos regionales desde y hacia Aeroparque. Ese fue el punto de partida para acelerar la bomba de tiempo en la que se convirtió hoy Aeroparque. Sólo en la confiabilidad de los aviones actuales y en la suerte se encuentra la respuesta de por qué no sucedió otra tragedia como la de LAPA”, concluye Rolling Stone.
 
Fuente: Rolling Stone de junio 2013.